-Hola, ¿sabes quién soy? ¿quieres quedar?
Casi no te da tiempo a contestar cuando ya estás pensando en qué ponerte. Cómo no vas a acordarte si no has hecho otra cosa que pensar en él todos los malditos días desde aquella fría noche.
No sabías ni que le habías dado el teléfono. Tú y esa costumbre tuya de beber calimotxo como cuando tenías quince años, pero es que claro, las copas a nueve euros no hay quién las pague, oiga.
Dejas el móvil en la encimera; casi se te cae. No sabes qué hacer. Venga, llamas a tu mejor amiga y le cuentas que has quedado. No, mejor no.
Te enciendes un cigarro. Empiezas a dar vueltas. Coges el mando de la tele. La enciendes y buscas algo que te distraiga mientras consumes nicotina entre pensamientos impuros.
Lo apagas retorciéndolo, como las buenas fumadoras. Te levantas decidida, respiras fuerte y por el pasillo empiezas a buscar los errores que cometiste las otras veces.
Míralos ahí están, en fila india, dispuestos para que los cometas otra vez.
No te olvides de meterlos en el bolso.