Hay un dicho que reza : "Solo hay una cosa que el dinero del hombre no ha podido comprar: el movimiento de la cola de un perro"

Pero no, nunca vuelven, esos cobardes ya han cumplido su misión, el regalito de reyes tenía fecha de caducidad, la misma que las ganas de sus queridos dueños de bajarlos en mitad de la noche a hacer sus necesidades perrunas. Si alguno de los que me leéis sois de esos os invito a marcharos, pues este blog no es para gente como vosotros, ejerzo también mi derecho de admisión.
Ellos nos entregan su vida, desde cachorros velan por nosotros y los nuestros, son ángeles en la tierra que no piden nada a cambio y sin embargo nos lo dan todo. Es un comercio desinteresado a cambio de muy poco. Todos nos movemos por algo en esta vida; ellos solo quieren afecto, caricias, correr, jugar y a cambio nos ofrecen una sabia lección de amor incondicional: sin ataduras, sin filtros, sin esperar nada. Están siempre: cuando lloras, lloran contigo, se restriegan en tu regazo y te lamen la cara sabiendo lo que te ocurre. Te saltan y te reciben con una inmensa alegría cada vez que llegas a casa como si volvieras de la guerra y hubieran estado guardando tu ausencia durante muchos años.
Eso es amor, del puro, del auténtico, del que no se da ya ni entre humanos. No entiendo a los que se sorprenden cuando escuchan que un perro ha estado en la tumba de su dueño durante años esperando su vuelta. Sólo un ser superior es capaz de un amor tan incondicional. Ya lo quisiéramos para nosotros. El amor no pide nada, lo da todo, y eso lo he aprendido de ellos.
Gracias pequeños por acompañarnos en esta aventura que es la vida; gracias por estar siempre ahí, guiándonos y protegiéndonos. No me podría imaginar un mundo sin vosotros.
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