No sé si os dais cuenta pero llega un momento en la vida en que te bifurcas.
Eres niño, luego adolescente, y tienes unas ideas sobre la vida y lo que vas a hacer con
ella muy claras.
Llegas a adulto joven y de repente te asalta la duda, los miedos, el amor, en una suerte de
tormenta de emociones que hace que muchas veces pierdas el rumbo.
Tus figuras más representativas, tus referentes, ya no lo son e intentas buscar un sentido
a todo eso que estás viviendo. Pero todavía eres tú, conservas tu esencia, eso sí,
contaminada por amigos, ideas ajenas, planes de futuro, vidas estandarizadas.
Pero, poco a poco, olvidas lo que eras, lo que hacías , lo que te definía, y entras en una
rueda donde los demás son quienes dictan lo que has o no de hacer y cómo debes vivir.
Creemos que es una elección propia, que somos nosotros los que planificamos cada paso
que damos, pero no.
Y una mañana, sin darnos cuenta, nos miramos al espejo y allí no hay nadie que
conozcas. Ya no eres tú, eres un fantasma, vives la misma vida que viven todos,
desterrando tu esencia y aquellas cosas que soñaste hacer y sabes que ya nunca harás.
Pero hay unos pocos que deciden apostar y no dejar atrás lo que eran y, aun a riesgo de
quedarse solos, prefieren lanzarse al vacío para no morir en vida y curiosamente
ese vacío se lo encuentran lleno.
Y un día te encuentras a uno de ellos y le dices: ¡pero si estás igual que siempre!
Y es verdad. Está igual porque nunca dejó de ser él y ni los años, ni los golpes pueden
desdibujar a alguien que lo apostó todo por ser el mismo.
Ya lo decía Sartre: "El infierno son los demás".
Deberíamos hacerle más caso.