El amor es una bendición, tanto si tú quieres como si te quieren, ser capaces de amar
nos distingue del resto de seres vivos. Y me refiero a ese amor que cala el alma, que
entra sin permiso por la gatera del corazón y se queda a vivir en ti.
El amor tiene vida propia, es libre de elegir a sus víctimas, y no puedes luchar
contra él; de repente un día amas a alguien, y ese alguien empieza a correr por tus
venas y cual virus se queda a vivir ahí. Se replica, y cada vez es más grande, inunda
todo tu ser y por primera vez en mucho tiempo eres feliz.
Pero es una felicidad de doble filo, por un lado amas y te aman pero por otro
aparece el miedo atroz a la pérdida, a no sentirte ya querido, o peor, a que tú mismo
dejes de amar sin poder hacer nada.
Por eso lo ideal sería que antes de iniciar nada supiéramos si nos va a merecer la pena,
si vamos a sufrir más que a disfrutar, si nos va a compensar un amor sin garantías
que puede doblegarnos y convertir nuestra vida en un infierno.
Pero el amor no es una herencia, no puedo hacer inventario y decidir si sigo o no.
Es algo irracional aunque tengamos muchas razones para querer a esa persona.
Porque todavía existe gente que te vuelven la vida del revés y vuelves a creer en
cosas ya marchitas que de repente florecen con una voz, con una sonrisa.
Quizá sea una romántica pero creo que si alguien despierta a mi bella durmiente
particular es porque ese beso es de verdad, el que me salvó la vida, el que me dio
las fuerzas para empezar a vivir de veras.
Llevo miles de canciones esperándote y apareciste sin buscarte. Mi tiempo se mide
ahora en sonrisas cada vez que pienso en ti.
Sólo me queda verte, así que para tu vida que me subo.
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