jueves, 11 de agosto de 2011

Un día volverás.



       No era yo. No era para mí. Ese no era mi árbol de Navidad. Era una fría noche de agosto. Lo normal en esas fechas. El día había transcurrido con normalidad y yo esperaba feliz su llamada. Los cristales aún manchados por la tormenta del día anterior contaban la historia de los días de un verano atípico, un estío que vislumbraba el milagro del nuevo amor, del recuerdo de las tardes en la calle, de los niños gritando en la acera para que bajara mi hermano, de mi madre voceando para que acabara esos deberes. Bendito verano, cristales de colores, primavera de ilusión a cuarenta grados...

      Las tardes se hacían largas hasta que escuchaba tu voz. En ese instante la escena se congelaba, y mi cotidiana vida  empezaba a cobrar sentido. Tus ojos me hablaban a través de tu voz y podía sentir cuánto me querían tus quince adolescentes años.Todo este tiempo he mirado a través de mis recuerdos la estampa de aquella última tarde en que te vi. Fingías saber que no te ibas, que volverías para despedirte.
Me decías, : "la Navidad no es para mí, pero cuando mires en el árbol tendrás un regalo mío, cada año estará ahí, no sepas por qué ni cómo, pero siempre lo encontrarás".

     Las calles mojadas me hablan de ti susurrando tu nombre y reviviendo mis recuerdos y aún espero que un día te despistes entre las nubes y vuelvas a buscarme, entres por mi ventana y me lleves a ese mundo que sólo tú conoces. Me juraste amor eterno pero aquel día dejaste a esta pequeña a merced del paso del tiempo, que es el único que no perdona, implacable en su presencia, indómito e imposible de domesticar.

    Si un día te dijera que en ese árbol encontré tu regalo, mentiría, lloraría tan amargamente que sus luces se apagarían al ver mis lágrimas desconsoladas, inútiles esperanzas desterradas al olvido de la ilusión.
Esa es la verdadera tragedia de la infancia, descubrir que la vida se nos promete en lápices de colores que van perdiendo su intensidad y cuando queremos darnos cuenta hemos crecido demasiado, y los lápices ya son bolígrafos, y los bolígrafos son plumas y las plumas son rotuladores que un día ya no marcan, ni pintan, ni escriben cartas de amor.

     Te echo de menos. Me dijiste que me querías;  que era tu niña, la única, que siempre estarías conmigo.
Pero esa tarde aciaga te fuiste. Y mi mundo se paró.Y tú lo sabías. Sabías que era nuestra última vez. La última vez de los dos. La definitiva. La que las lágrimas no pueden doblegar. Sin vuelta atrás para el recuerdo de tu primera sonrisa, ni consuelo para mi pobre corazón.
Pero yo te recuerdo cada día, cada noche, desde mi pequeño mundo, desde mi humilde vida.Te quiero y, aunque no lo creas, te espero, porque sé que un día tú volverás.

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